TSH 27.11.24
Antes que nada, esto fue lo que sonó:
Soy un guardador de rebaños, el rebaño son mis pensamientos, y mis pensamientos son todos sensaciones. Pienso con los ojos y con los oídos, con las manos y con los pies, con la nariz, con la boca. Pensar una flor es verla y olerla y comer una fruta es encontrar su sentido. Por eso, cuando en un día de calor me siento triste de tanto haber disfrutado y me tiendo a mis anchas en la hierba, y cierro los ojos calientes, siento todo mi cuerpo tendido sobre la realidad, conozco la verdad y soy feliz. —Alberto Caeiro, “El guardador de rebaños” (IX)
Chejov sabía que tenía tuberculosis pero, hombre de su tiempo, no quería dar molestias ni mostrar debilidades físicas. La enfermedad progresó irremediablemente. Y la escena de su muerte es muy conocida. “Me muero”, fueron sus penúltimas palabras. Raymond Carver escribió un cuento sobre le momento, Natalia Ginzburg lo comentó en su biografía. La actriz Olga Knipper, con quien Chejov estaba casado, escribió su versión:
Llegó el doctor Schwörer, pronunció un comentario afectuoso y abrazó a Antón Pávlovich, que se incorporó con insólita seguridad, se sentó y dijo con voz fuerte y clara: «Ich sterbe». El médico lo calmó, cogió una jeringuilla, le puso una inyección de alcanfor y ordenó que le dieran champán. Antón Pávlovich tomó la copa llena, miró a su alrededor, me dirigió una sonrisa y dijo: «Hacía tiempo que no bebía champán». Apuró la copa hasta el fondo y se volvió hacia la izquierda; apenas tuve tiempo de acercarme, de inclinarme sobre el lecho y de llamarle: ya no respiraba, se había quedado dormido como un niño…
Cuando Antón Pávlovich dejó de existir, una polilla gris, de dimensiones enormes, entró por la ventana y, con un ruido desagradable, empezó a chocar con las paredes, el techo y la lámpara, como en una agonía de muerte.
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Para intentar justificar una frase muy chambona —la salchicha metonímca—, ocupé una perorata que empezaba diciendo que vivimos rodeados de cosas cuyos procesos de creación están distantes y ocultos de la cosa terminada. Estamos condicionados para obviar estos procesos.
Preservar esa oscuridad es, en muchos casos, consecuencia de necesidades expeditivas, pero, en la mayoría de ellos, también es un ocultamiento que provoca consecuencias funestas no aparentes.
Ajenos a las implicaciones y las conexiones y los vínculos entre objetos, actos y futuros, entre el pasado remoto, el presente más actual. Sin conciencia de las implicaciones ni de las conexiones, por ejemplo, no se entienden nociones como vivir bajo la ilusión de que los recursos naturales son absolutamente interminables, o que no son problema de uno.
El proceso, la manufactura de la salchicha, al final, es una radical toma de conciencia de la interconexión de los seres, las cosas y las partes de las cosas y los seres. Ya sean salchichas, controles remotos, automóviles, mapaches, organizaciones políticas o, más adecuado a lo que aquí concierne, obras de arte.
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Alberto Giacometti, desde 1926 y hasta el final de su vida, tuvo su estudio en la Rue Hippolyte-Maindron, cerca de Montparnasse, en París. Ahí, en un espacio de 23 metros cuadrados, compartía lugar de trabajo con su hermano Diego y en unos cubículos adyacentes tenían su espacio para dormir. Ahí, James Lord —amigo y futuro biógrafo— posó para un retrato un día de otoño de 1964 en lo que pensó sería una sesión sencilla. Terminaron siendo dieciocho sesiones tortuosas que quedaron registradas en el libro Retrato de Giacometti.
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Finalmente, eligió un lienzo y lo colocó sobre el caballete. Al lado de su taburete colocó otro que sostenía un montón de pinceles viejos y un pequeño plato. De una botella de cuarto de litro vertió gran cantidad de trementina en el pequeño plato, tanta que rebosó y parte se derramó en el suelo. Alberto cogió su paleta, un montón de pinceles y se sentó.
Lo que siguieron fue un ciclo de sufrimiento, duda y vacilación interesantísimo. Hay algo en la repetición de las quejas y las frases esterotipadas que por un lado parecen ser un caso clásico de tirarse-para-que-lo-levanten, y otro, una reacción casi química de una paradoja intolerable —y que está presente en muchas áreas, no solo en el arte—: la claridad de la visión enfrentada con la imposibilidad de la realización.
Antes de que empezáramos a trabajar de nuevo, dijo: «Tengo que destruirlo otra vez.» Su tono cada vez era más sombrío. «En cualquier caso, realmente es imposible acabar algo. Solo tengo que reconocer que no soy pintor, eso es todo.» Suspiró y bajó la cabeza.
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En cualquier caso, lo único que podía obtener era un parecido, una ilusión, y él lo sabía. Creo que esta dificultad le resultaba, literalmente, cada día menos aceptable, menos tolerable –casi en un sentido físico–, a pesar de que intentaba continuar, llegar más lejos. Siempre hay una posibilidad de ir un poco más allá, no demasiado pero sí un poco más, y en el ámbito de lo absoluto un poco significaba «sin límites». Creo que esta posibilidad era la que concedía esa asombrosa intensidad a la obra de Giacometti, una intensidad que aumentaba con el tiempo. Pero también pudiera ser que esta posibilidad fuera la causante de que él encontrara cada día más dificultades para realizar una obra que pareciera «terminada» en el sentido convencional del término.
También leímos uno de los relatos compilados en una de las múltiples antologías de relatos de misterio de Alfred Hitchcock. En esta ocasión fue el titulado “#8” de Jack Ritchie. Así comienza.
En español, la antología la titularon Alfred Hitchcock presenta: los mejores relatos de crimen y suspenso. La edita Perla ediciones.
Una nueva entrega del ÍndiceTSH, un homenaje-plagio del famoso índice de la revista Harper’s: datos duros para preguntas urgentes.
El 36%1 de ustedes dicen que al año no van ni a un solo concierto. Bueno quizá a uno o dos.
El 48% de ustedes dicen que al año más o menos van a entre tres y diez conciertos.
El 13% de ustedes dicen que al año más o menos van a entre diez y veinte conciertos.
El 4% de ustedes dicen que que al año más o menos van a más de veinte conciertos.
Una entrega más de la sección, la del Taller (que no es un taller), un espacio donde encontrará usted alguno que otro ejercicio de escritura que pueda servirle o no para profundizar en su relación con el acto escritural.
En la sesión de hoy: la ventana.
Tomemos como punto de partida un lugar común: la persona que escribe es una mirona. Fisgar, hurgar, estar escrutando de lejos las cosas. La mirada curiosa, oscila desde dos lugares. Va de la paranoia, y el egocentrismo al abandono y el desprendimiento. Quien mira se olvida de si para hacerse parte del chisme
La misión, su decide usted aceptarla, es situarse en la ventana más interesante de su hogar. Interesante, que no necesariamente la que de a una calle o al patio interior. La ventana que le provoque la intriga mayor. Si su hogar no tiene ventanas, puede ser cualquier ventana en la que pueda situarse más de 15 minutos sin demasiadas interrupciones. Ahora, el ejercicio. Este es más laborioso, así que prepárese. Solo requiere un cronómetro, una hoja de papel y un instrumento de escritura.
Ubíquese cómodamente en la ventana y observe hacia el exterior. Marque 20 minutos en el cronómetro, y échelo a andar. Ponga atención a las cosas, objetos, personas, detalles que sucedan frente a usted.
No se preocupe por los pensamientos, por las ideas, solo no deje de observar lo que sucede más allá de la ventana.
Aguante. No se distraiga de la ventana. No revise su teléfono.
Una vez cumplidos los 20 minutos, saque a la hoja y el instrumento de escritura.
Elija alguno de los objetos, personas, detalles observados, uno nada más, y descríbalo en unas cuantas líneas. Descripción física lo más detallada posible. NO le añada supuestos, no le invente intenciones. Todavía no. Por ahora solo describa, trate de convocar la mayor cantidad de detalles, de aspectos observables, visibles, físicos.
Terminada la descripción, ponga 5 minutos en el cronómetro.
Donde esté, cierre los ojos y manténgalos cerrados durante los cinco minutos. No se preocupe pero los pensamientos y las ideas que se le ocurran. Solo no abra los ojos hasta que suene la alarma.
Vuelva a su descripción y añádale algún detalle que le halla faltado, o suprima alguno que le parezca que no es verídico.
Repita el proceso durante cinco días. Solo una limitante: que no sea la misma persona, objeto, detalle. Busquen algún aspecto diferente. No tienen que ser seguidos, pero de preferencia sí.
Una vez cumplidos los días, revise sus cinco descripciones. Ahí tienen cinco integrantes de un cuento titulado “La ventana”. Dese vuelo y ponga a interactuar esos cinco personajes. ¿Quiénes son? ¿de dónde vienen? ¿a dónde van? ¿qué hacen en ese espacio? ¿Se conocen o no? ¿Interactúan o no?
Y la pregunta: ¿dónde entregar los resultados del ejercicio? Si desea, aquí hay un sitio —nostalgia de los blogs de hace varios años—, donde se irá convocando y reuniendo este taller que no es un taller. (Y si no funciona, porque no hay taller (que no es un taller) sin complicaciones, mándelo aquí mismo como comentario.)
El libro que leeremos par el Club de lectura que no es un club de lectura será: Chelsea Girls, de Eileen Myles.
Regresó la columna, ¿Suerte?, una oferta de datos y hechos que para los próximos seis días podrían estar acompañados de fortuna en los juegos de azar:
La cifra de la semana: 320, las toneladas que pesaba el barco que en la película Fitzcarraldo, la producción tuvo que mover por la ladera de una montaña en el Amazonas. Aunque para efectos de producción fueron tres barcos los que se usaron en diferentes escenas, incluida una maqueta para las escenas en los rápidos del río.
El personaje mitológico de la semana: La bestia de Gevaudan, una especie de can que comía personas en la Francia rural del siglo XVIII.
La doctrina filosófica de la semana es: Huang-lao
La unidad métrica de la semana: la versta
El objeto de la semana es: La escalera eléctrica
Una nueva entrega del Milenario e Infalible Zodiaco de la Desgana. Se trata de un formato simplificado, de seis signos agrupados según cada dos meses calendario ahora, como servicio a la comunidad, aquí la frase que según los arcanos de este Milenario e Infalible Zodiaco de la Desgana, influirá o calificará lo que resta de su semana:
Vivimos en una cultura de desarrollo desbocado sin frenos, sin nada que la retenga.
Dichas voces a menudo han afirmado que no dominar el arte del autocontrol es equivalente a hacerse daño a uno mismo.
Debemos tener en cuenta que nos define en la misma medida lo que no hacemos. Estamos formados por lo que nos perdemos, no solo por lo que sí hacemos.
Hay una narrativa en perpetuo funcionamiento, constantemente cincelada y transformada por nuestras decisiones vitales.
Es un singular y elegante momento de claridad. Es una representación literal de la verdad inherente a toda narración.
Lo sepamos o no, contemos lo que contemos, lo que compartimos con el público es siempre un “momento umbral”, es decir, un cruce vital, un punto de inflexión, una bifurcación del camino.
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Para esta edición del Milenario e Infalible Zodiaco de la Desgana, se consultaron a dos arcanos: Svend Brinkmann y Bobette Buster.
Los datos para este ÍndiceTSH provienen de las respuestas a consultas realizadas en mis redes sociales periódicamente. Además, para que no parezca que hago la pregunta y escondo la mano, esta nota al pie aparece en mi respuesta.