TSH 26.06.24
Antes que nada, esto es lo que habría sonado:
Adonde se detiene la mirada encuentra asombro como en esa pareja de zorzales en la rama del sauce, un decir despiojándose, con caricias que enlazan un cogote a otro y pico va y pico viene entre las plumas hasta parece se besaran o se dieran de comer los piojitos mutuamente bajo el sol de la atardecida rama gusto da detener la mirada sin pensar en otra cosa para ver el amor que sostiene como una red a la vida en la arena aquí y allá por un momento de distraída nomás y no de sabia sino vacía de esa mercancía mayor que es siempre yo en el centro y no la sombra o luz del cauce único adonde va y se lava ahora sola la mirada —Diana Bellessi, “Un decir”
Esta semana no hubo programa. Y hubo pocas lecturas. Una semana rara. Más un pendiente que una semana. Además, hay unos cambios que vienen para el boletín (de disposición de textos, quizá de secciones nuevas, quizá incluso de periodicidad) que quizá esta entrega debería estar envuelta toda con una cinta amarilla que diga “zona de obras”.
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Aprovechando que hay obras, un referendo. Tiene que ver con la posibilidad de recibir dos boletines en la semana.
Ya saben que si hay cosas que cambiar, si hay sugerencias, por favor con toda confianza abajo en los comentarios díganme.
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En octubre de 1964, Vladimir Nabokov decidió empezar a llevar un diario de sueños. Cada mañana, inmediatamente después de despertarse, tomaba nota de lo que podía rescatar de la noche, y durante los días siguientes emprendía una búsqueda activa de todo lo que tuviera que ver con el sueño. Nabokov estaba verificando la teoría que planteaba que los sueños podían ser proféticos. La hipótesis era que nuestros sueños, además de ser un revoltijo de pedazos de la experiencia diurna reestructurados y mezclados con tramas tomadas de los archivos de nuestra memoria y con demonios personales que logran salir del clóset de la represión, también podrían darnos una visión profética de lo que vendrá, lo que nos convertiría a todos en clarividentes.
Esto escribe Marina Benjamin en su libro Insomnio.
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Pablo Abril de Vivero, un diplomático y escritor peruano recibió una carta fechada el 19 de octubre de 1928. Era de su amigo César Vallejo. Entre otras cosas, le decía:
Pablo querido: en medio de convalecencia, me siento otra vez, y acaso más que nunca, atormentado por el problema de mi porvenir. Y es precisamente, movido del deseo de resolverlo, que emprendo este viaje. Me doy cuenta de que mi rol en la vida no es este ni aquel y que aún no he hallado mi camino. Quiero, pues, hallarlo. Quizás en Rusia lo halle, ya que en este otro lado del mundo donde hoy vivo, las cosas se mueven por resortes más o menos semejantes a las enmohecidas tuercas de América. En París no haré nunca nada. Quizás en Moscú me defienda mejor del porvenir.
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Y ahora, unos dibujos.
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