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LoK's avatar

Hola Profe, gracias por el programazo, delicioso episodio. Hay una anécdota familiar relacionada con la bici, se la comparto. Disculpará la extensión y la presunción de intentar hacerla relato.

“El Paseo”

Tuve una bicicleta en la era Mezozoica, o lo que es lo mismo, en mi adolescencia. Estaba pintada con los restos que podía exprimirles a latas de aerosol olvidadas en un trastero, parecía un Pollock, o un “batiburrillo” según mi Madre. Los arreglos mecánicos, improvisados y torpes, a los que la sometía en mi ociosidad, hacía que tuviese ciertas mañas, así le dicen los que tienen vehículos al intento de tapar el sol con un dedo.

La libertad que me daba era mayor a la carga que representaba, veintitantos kilitos, más de un tercio de mi masa, de alguna manera la “conservación del momento angular” funcionaba, y me llevaba con los amigos y la novia. Recuerdo, más que a la novia, los paseos sin destino en tardes aburridas de domingo, de alguna manera comulgaba, durante instantes, con la conciencia pletórica del que adolece lo dulce y lo amargo, con el hecho de estar vivo al sentir el viento; creo que nunca he vuelto a tener tanta carga viral de filosofía.

Toda anécdota debe tener un punto de quiebre, el de esta ocurrió un sábado por la noche en la que mi Papá me dijo:

-Chaparro, préstame la bici mañana, ¿sí?

Mis opciones eran limitadas, primero la orden y luego la oportunidad de la aquiescencia, por lo tanto, mi escueto:

-Si, Pa, llévatela,

puso fin a las “negociaciones”.

El domingo transcurría como todos los domingos del adolescente, eterno como la edad que debe tener el universo y aún un par de horas más. Ya casi anocheciendo, llegó mi Padre como si viniese del frente de batalla de una guerra en las que aún se luchase cuerpo a cuerpo. Totalmente despeinado, él, que siempre lucía el cabello como fotografía de peluquería. Caminando como montado en un caballo invisible, tan distinto a su paso recto y firme. Con un raspón en el brazo y otro que se adivinaba en la pierna a través del pantalón de mezclilla roto. Manchas de tierra y lodo dominaban la paleta de colores de su habitual bien vestir.

La pregunta debía hacerse, con esa voz quebrada de adolescente, lleno de angustia dije:

- ¿Y mi bici?

Mi Mamá me dio un codazo y ayudando a mi Papá, lo encaminó a la regadera preguntando:

- ¿Cómo les fue?

El amor hace que pasemos de largo por los más acerados comentarios.

Mas tarde, cenando con mi hermana, mi Madre nos contaba las peripecias de “El paseo” que mi Papá y sus amigos habían decidido dar en bicicleta, ella reía y reía sin parar mientras enlazaba confusos momentos; algo de que el pantalón de mezclilla había dejado a mi Padre tan rozado que tuvo que recordar ciertos remedios aplicados en nuestra infancia, algo de que la cadena se salió en el peor momento y consecuentemente mi Papá se encontró de pronto en una zanja, algo que tenía que ver con una chamarra y con deshidratación, ante la confusión de lo narrado mi atención se volcó en el hecho de que providencialmente había pasado un amigo de mi Papá y lo trajo a casa en coche. El hecho de que mi Padre no fuese a trabajar al siguiente día, porque le dio “temperatura” según la clínica materna, constituyó un hito familiar, mi Padre NUNCA había faltado al trabajo. Eso hubiese bastado para poner en balanza mi bicicleta, olvidada en un recóndito paraje, frente a la penosa odisea paterna, pero las balanzas no son confiables cuando los pesos los ponemos nosotros, extrañé mi bicicleta un buen par de meses, a la novia, que terminó conmigo por no ir a verla, la extrañé menos.

Eventualmente los paseos dominicales retornaron, con una bicicleta “moderna” por supuesto, con adecuado atuendo y minuciosa planificación, el “hobbie” duró casi dos décadas y tuvo destinos turísticos hermosos, convivencias de las que los amigos siguen hablando mientras recuerdan hazañas dignas de los libros y merecedoras de aparecer en programas deportivos; hasta se hizo un club con logotipo, patrocinadores, socios y eventos “ciclísticos” anunciados hasta con un año de antelación. Muchas personas aún están agradecidas por ese universo que se les abrió y en el que solo necesitaban para habitarlo un par de ruedas y algo de empeño físico.

Yo me quedé sin bicicleta, mi Padre encontró un manantial de felicidad, me lo agradeció proveyendo libros para que en esas tardes de domingo las letras suplieran aquellas dos llantas. Gracias, gracias sean dadas a las bicicletas.

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Hugo's avatar

Oiga profe, no quisiera demostrar mi ignorancia o falta de atención, pero ¿en algún programa ha tenido como invitado a Diego Rabasa? Todavía recuerdo de los primeros episodios cuando usted llegaba y lo bromeaba (sé que está mal conjugado, pero lo escuché y me gustó cómo suena) con algún comentario sobre los Gallos Blancos. Saludos, gracias por el programa! Le iba a escribir al chat, pero por razones tecnológicas nunca he podido instalarlo.

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