Primero que nada, esto fue lo que sonó:
Sí, creo que un poema es una suerte de embrujo
que guarda a las cosas vivas en una línea escrita,
lo que se pierde o se despide –amarre de rima–
y por eso escribo, y escribo, y escribo tu nombre.
–Carol Ann Duffy, “Embrujo”
El libro de esta semana fue Domingo, de la italiana Natalia Ginzburg.
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Cuentan que 1941, NG allá en Abruzzo recibe una postal. No queda claro qué había en el anverso, pero en el reverso las palabras eran, más o menos: “Querida Natalia, deja de tener hijos y escribe un libro mejor que los míos”. El remitente, Cesare Pavese. Mensaje de su tiempo –qué es eso de deja de tener hijos–, el desafío escritural culminó en El camino que va la ciudad, su primera novela publicada en 1942.
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El papá de NG, el profesor de neuroanatomía de la Universidad de Turin, Giuseppe Levi, no la dejó ir a la primaria porque creía que ahí pescaría algún germen.
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El recuerdo, y la narración, todas están puestas al servicio de una desilusión futura. De una tragedia, grande o pequeña, que vendrá en el futuro. Ninguna de estas tragedias es melodramática tampoco, me parece. Algunas, quizá, así lo parecen: una mujer que conduce una carreta y en un instante, muere para dejar desamparado a su nieto. Una balacera de pobladores, una golpiza a un adolescente que no sabe qué hacer ante la influencia de un amigo… pero no lo son. Resisten dar el giro completo y se quedan, me parece, en el drama, en la emoción sin desbordar porque tienen una cuenta pendiente con la desilusión, con ese asco del que habla la protagonista del relato/crónica “Verano”.
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Si tuviera la capacidad, escribiría un texto que de alguna manera despejara dos incógnitas: Natalia Ginzburg y lo extraordinario. Porque no estamos en el territorio de los sucesos que podrían ser. Podría tratarse pues de una cronista de los grandes hechos de la crueldad del siglo XX: el fascismo —en su acepción italiana—, el antisemitismo —en sus acepciones genocidas y cotidianas—; vio como el estado venía por sus seres queridos; tuvo que exiliarse en su país y fuera de él. Y sin embargo, la escritura no parece estar allá, puesta en el suceso con mayúscula. Palabras por la tribu, intelectual que piensa su tiempo, y todas esas cosas que se dicen. Lo suyo es mucho más potente, desconcertante, hiriente: un madrazo de ternura y de rispidez.
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Si no otra, que quede como testimonio, esta frase de Ginzburg:
“Hay un peligro en el dolor, así como hay un peligro en la felicidad, respecto a las cosas que escribimos. Porque la belleza poética es un conjunto de crueldad, de soberbia, de ironía, de ternura carnal, de fantasía y de memoria, de claridad y de oscuridad, y si no conseguimos obtener todo esto junto, nuestro resultado es pobre, precario y escasamente vital”.
Aquí hay un fragmento de una entrevista con Natalia Ginzburg –que comienza con una música tremendamente dramática.
Y ahora, este poema que aparece en la página 63 del libro de Ginzburg:
El libro de la próxima semana //6 de abril//: Mirar, de John Berger.
Y para dentro de dos semanas //13 de abril//: El acontecimiento, Annie Ernaux
Una nueva entrega de la columna Los libros no se rayan:
“…pero no tenía gran importancia porque el asco y la vergüenza a veces nos asaltan en ciertos momentos de la vida y cuando eso ocurre nadie nos puede ayudar”. (Natalia Ginzburg)
“What we call ‘time’ is a complex collection of structures, of layers”. (Carlo Rovelli)
“Ocean species are fully immersed in sound. Sound penetrates all of their tissues”. (David George Haskell)
Escuchimizado/a “1. adj. Muy flaco y débil.”
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A mí me gusta así como está. Gracias. Se me hace muy lindo esto de recibir un periódico literario tan personal.
Otra vez llego tarde. Pero se me ha hecho una cierta costumbre que me deja apreciar el programa diferente, primero leo el boletín y después escucho el programa durante la mañana.