Antes que nada, esto fue lo que sonó:
Sólo acepto este mundo iluminado cierto, inconstante, mío. Sólo exalto su eterno laberinto y su segura luz, aunque se esconda. Despierta o entre sueños, su grave tierra piso y es su paciencia en mí la que florece. Tiene un círculo sordo, limbo acaso, donde a ciegas aguardo la lluvia, el fuego desencadenados. A veces su luz cambia, es el infierno; a veces, rara vez, el paraíso. Alguien podrá quizás entreabrir puertas, ver más allá promesas, sucesiones. Yo sólo en él habito, de él espero, y hay suficiente asombro. En él estoy, me quede, renaciera. —Ida Vitale, "Este mundo"
¿Faltan razones para la angustia? Preocupados por las catástrofes agazapadas que nos rodean —por no hablar de las que están sucediendo en este momento y que son igualmente sobrecogedoras como el genocidio del pueblo palestino y la crisis de desplazados por conflictos y cambio climático alrededor del mundo—, aquí unas cuantas más. Me refiero a las catástrofes en potencia, las que están agazapadas esperando a la seguidilla de infortunios que les dará comienzo.
Para muestra, algunos datos que ofrece Nuclear War: A Scenario, para que no le falte oportunidad para las ansias y los nervios. Por ejemplo, 1,600 segundos. Esa es la cantidad de tiempo que tarda un misil balístico intercontinental cargado con una bomba nuclear lanzado desde Rusia en hacer impacto en el territorio continental estadounidense. 26 minutos con 40 segundos. Y si se lanza desde Corea del Norte, el tiempo antes de que inicie el apocalipsis nuclear son 1,800 segundos.
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Libros angustiantes como el que escribió Annie Jacobsen revelan una gran cantidad de información sobre la complejidad del mundo y enfatizan la distancia, la enorme distancia, entre el individuo y el destino colectivo. ¿Cómo oponerse, por ejemplo, a la proliferación nuclear? Además de objetar en privado, en nuestras sobremesas o en redes sociales y en boletines como este, ¿cómo incidir en cambiar la política que tiene más de mil ojivas nucleares repartidas por el mundo —mil nomás del lado gringo; falta contabilizar las rusas y las de los otros siete países nucleares, y esta cantidad no incluye las almacenadas, más de cinco mil en el caso de los estadounidenses—, listas para ser disparadas contra el enemigo en turno?
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Raras son las especies que escapan de toda vida colectiva: el visón, el leopardo, la marta, el tejón, yo.
Pascal Quignard, Retórica especulativa
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Un libro que cuenta parte de estos esfuerzos por incidir en problemas enormes, inabarcables como los que hemos creado en el medio ambiente es Under a White Sky: The Nature of the Future, de Elizabeth Kolbert —ya mencionado en otra entrega.
No one can say exactly how hot the world can get before out-and-out disaster—the inundation of a populous country like Bangladesh, say, or the collapse of crucial ecosystems like coral reefs—becomes inevitable. Officially, the threshold of catastrophe is an average global temperature rise of 2°C.
[…]
In either case, the math is punishing. To stay under 2°C, global emissions would have to fall nearly to zero within the next several decades. To stave off 1.5°C, they’d have to drop most of the way toward zero within a single decade. This would entail, for starters: revamping agricultural systems, transforming manufacturing, scrapping gasoline- and diesel-powered vehicles, and replacing most of the world’s power plants.
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La historia es, entre muchas cosas, la memoria de esos momentos en los que el camino tuerce la dirección y todo se altera. Por ejemplo, un día de 1712, un capitán de apellido Hussey fue lanzado fuera de ruta por un temporal mientras cazaba ballenas francas cerca de Nantucket. Alejado de las aguas acostumbradas descubrió un grupo de cachalotes —leviatanes de cruel espíritu en la simbología y en el folclore—, y logró matar uno de ellos. El spermaceti colectado fue tanto y de tal calidad que a partir de entonces, los cachalotes no volvieron a tener tregua: fueron perseguidos por los océanos todos. Hasta hace unas pocas décadas que su caza es, quizá, un poco más furtiva.
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Wim Wenders dio una charla a principios de los ochenta en un congreso sobre narrativa. La charla después se publicó con el título de “Impossible Stories”. Contó ahí sobre su desconfianza con la historia, con el acto de contar. Y cuenta una anécdota sobre el momento en el que entendió que lo que hacía era narrar:
Mi primera película, Silver City, contenía diez planos de tres minutos cada uno, la duración de una cinta de 16 mm. Cada plano era de un paisaje urbano. No movía la cámara, no pasaba nada. Las tomas eran como las pinturas y acuarelas que había hecho antes, sólo que en un medio diferente. Sin embargo, había una toma que era diferente: era un paisaje vacío con vías de tren; la cámara estaba situada muy cerca de ellas. Conocía el horario de los trenes. Empecé a filmar dos minutos antes de que saliera uno, y todo parecía exactamente igual que en todas las demás tomas: una escena desierta. Excepto que dos minutos más tarde alguien entró en la toma por la derecha, saltó por encima de las vías a un par de metros delante de la cámara y salió corriendo por el extremo izquierdo del encuadre. En el momento en que desapareció, y de forma aún más sorprendente, el tren irrumpió en la imagen, también desde la derecha. (No se escuchaba al acercarse, porque no había sonido sincronizado, sólo música). Esta pequeña "acción" —el hombre cruza las vías antes que el tren— señala el comienzo de una "historia". ¿Qué le pasa al hombre? ¿Le están siguiendo? ¿Quiere suicidarse? ¿Por qué tiene tanta prisa? etc., etc. Creo que fue a partir de ese momento cuando me convertí en contador de historias.
Hacia el final del texto, resume la ambivalencia al corazón del acto de narrar:
Y eso es realmente lo único que tengo que decir sobre las historias: ¡son una gran paradoja irresoluble! Rechazo por completo las historias, porque para mí sólo sacan a relucir mentiras, nada más que mentiras, y la mayor mentira es que muestran coherencia donde no la hay. Por otra parte, nuestra necesidad de esas mentiras nos consume hasta tal punto que es totalmente inútil luchar contra ellas y componer una secuencia de imágenes sin una historia, sin la mentira de una historia. Las historias son imposibles, pero es imposible vivir sin ellas.
Además leímos un relato de Edward D. Hoch, antologado en un libro de Alfred Hitchcock, Cuentos que mi madre nunca me contó. Así comienza el cuento:
Aquí está el cuento en inglés completo.
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Una nueva entrega de la columna, ¿Suerte?, una oferta de elementos que para los próximos seis días podrían estar acompañados de fortuna en los juegos de azar:
El dato inútil de la semana: San Jerónimo escribió una biografía del poeta Lucrecio. Son unas breves líneas: Nació el poeta Tito Lucrecio. Se volvió loco por un poción de amor, y redactó en sus momentos de lucidez algunos libros que Cicerón corrigió después. Se dio muerte en su año cuadragésimo cuarto.
El elemento meteorológico de la semana: Tehuano
Insulto de la semana: Coñazo
El ser vivo de la semana: Pseudoginglymostoma brevicaudatum
La tonalidad ascendente: Amaranto
La tonalidad descendente: Azul Eton
Una nueva entrega del Milenario e Infalible Zodiaco de la Desgana. Se trata de un formato simplificado, de seis signos agrupados según cada dos meses calendario ahora, como servicio a la comunidad, aquí la frase que según los arcanos de este Milenario e Infalible Zodiaco de la Desgana, influirá o calificará lo que resta de su semana:
¿En qué aspectos podemos reconocer las características esenciales de la humanidad primitiva y pagana?
El dolor no es a menudo más que lo que nos empuja a implorar su fin.
La contemplación del cielo es la gracia y a la vez la maldición de la humanidad.
No podemos liberarnos a base de pensamiento, pero ésa no es razón suficiente para no procurarnos una educación.
¿Cómo hizo la humanidad para librarse de esta imperiosa vinculación con el reptil venenoso que encarna la causa de las cosas?
El hombre consta de más piezas, más partes, que el mundo; que todo lo que contiene el mundo.
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Para esta edición del Milenario e Infalible Zodiaco de la Desgana, se consultaron a dos arcanos: Aby Warburg y Anne Boyer.