Antes que nada, esto fue lo que habría sonado si hubiera logrado zafar de la chamba de oficina:
Yo recuerdo una casa que he dejado. Ahora está vacía. Las cortinas se mecen con el viento, golpean las maderas tercamente contra los muros viejos. En el jardín, donde la hierba empieza a derramar su imperio, en las salas de muebles enfundados, en espejos desiertos camina, se desliza la soledad calzada de silencioso y blando terciopelo. Aquí donde su pie marca la huella, en este corredor profundo y apagado crecía una muchacha, levantaba su cuerpo de ciprés esbelto y triste. (A su espalda crecían sus dos trenzas igual que dos gemelos ángeles de la guarda. Sus manos nunca hicieron otra cosa más que cerrar ventanas.) Adolescencia gris con vocación de sombra, con destino de muerte: las escaleras duermen, se derrumba la casa que no supo detenerte. —Rosario Castellanos, “La casa vacía”
Esta semana no hubo programa, solo hubo complejidades laborales que ir sorteando. Por eso viene algo escaso este boletín. Por eso, mejor, dibujos.
Hablaba el látigo. Sus cinco lenguas pronunciaban bien cada amenaza. Como si también poseyeran ojos, patas, y la buscaran.
Cronwell Jara
Gracias Pablo.
Ya habrá tiempo.