Para empezar, esto sonó.
(más una cancioncita extra)
Enrique Lihn, “Revolución”
Felice Bauer recibió más o menos 500 cartas en cinco años y meses de parte de Franz Kafka. La posteridad de la nacida en la Alta Silesia ha estado amarrada a la del escritor.
Felice Bauer inició su carrera laboral como estenógrafa para la Odeon, la empresa discográfica alemana. La Odeon era parte de una serie de empresas dedicadas a crear productos de audio que Max Straus y Heinrich Zuntz fueron creando después de comprarle su compañía a un inventor sueco.
Carl Lindström se avecindó en Berlín y creó una empresa que llevaba su nombre. Se dedicaba a crear fonógrafos y gramófonos. Y entre las máquinas que ofrecía estaba el parlógrafo –Parlograph–, lo más avanzado entonces para la toma de dictado. Esta tecnología de la primera década del siglo XX funcionaba con un rollo de cera que se colocaba al interior de esa especie de lonchera hecha de madera y componentes de metal. Al activarse, el parlógrafo tenía un mecanismo que convertía las vibraciones del sonido en marcas en la cera que después podía volver a hacerse girar para reproducir los sonidos.
Bauer no se quedó en el pool de mecanógrafas: pronto ascendió en el escalafón y terminó siendo una de las mercadólogas que promovía los productos Lindström. Más tarde trabajó en otra empresa de tecnología, dedicada al equipo de comunicación y a la investigación electroacústica.
Huyó de Europa, casada con un banquero y madre de dos, con los triunfos nacionalsocialistas de la década de los treinta y en su vejez, avecindada en Nueva York, las cartas que conservó de aquel escritor vienés ayudaron a paliar sus estragos cuando se las vendió al editor Salman Schocken, de Schocken Books.
Murió en octubre de 1960.
Este fue el artículo del que les hablé sobre el apogeo y la caída de los boletines: “The sound of my inbox”, de Molly Fischer.
Y este el de las fechas límite: “What deadlines do to lifetimes”, de Rachel Syme
Una nueva entrega de la columna de opinión semanal: “Por eso, pero ¿cómo?”, la serie de consejos no solicitados para problemas cotidianos.
Por eso, pero ¿cómo cumplir con las fechas límite?
Ate un hilo al dedo como recordatorio.
Ate un hilo al dedo previamente embadurnado en diesel y deje un extremo del nudo mucho más largo, dependiendo del tiempo que estime le tomará la tarea. Enciéndalo y concéntrese hasta que el fuego haga intolerable o imposible el cumplimiento. Si calculó bien, habrá terminado la tarea antes de que la quemadura pase de primero a segundo grado.
Establezca horarios y cierre la puerta con seguro.
Haga como Jonathan Franzen y póngale KolaLoka al puerto ethernet de su computadora para evitar conectarse al internet. Pegue también una cartulina negra con KolaLoka a la pantalla para evitar navegar vía conexión inalámbrica.
Cuéntele a sus conocidos que tiene una fecha límite que cumplir para así incentivar el cumplimiento vía el compromiso social. Cuéntele también a las personas desconocidas para incentivar el cumplimiento vía el hartazgo de los extraños. Cuéntele a conocidos y desconocidos que tiene más fechas límite y más tareas de las que en realidad para incentivar la agilidad al huir de las agresiones de amigos y anónimos.
Elimine todos los elementos distractores del cuarto en el que se haya encerrado.
Súbase a un autobús de ruta urbana en la base de salida. Pague la tarifa hasta el final de la ruta. Intente hacerse de un asiento, de preferencia junto a la ventana. Concéntrese. Repita tantas veces como sea necesario.
Subcontrate.
Elija ropa, enseres domésticos, nuevos cortes de pelo, un tiempo compartido, una suscripción a una revista de interés general, gimnasio virtual, clases de idiomas, clases remediales de la materia para la que cree que sería buena si decidiera cambiar de carrera, una limpieza dental, lentes, en una pestaña aparte del navegador. Es sabido que la concentración se potencia cuando se satisface alguna necesidad de consumo.
Ruegue.
Tiren sus opiniones y sugerencias. E inviten a su pandilla.
Soy fan de: “Por eso, pero ¿cómo?”, ¡genial!