TSH 13.11.24
Antes que nada, esto fue lo que sonó:
Escribo orejas solamente orejas No sé por qué pero no escribo uñas Ni corazón ni pestañas No sé si escribo o si tan sólo respiro Ya no distingo entre el invierno Y la blancura del papel Y cuando arroje a la chimenea Esta página vacía ¿Se quemarán también mis dudas Mis orejas y mis uñas Rodarán hechos cenizas Mi corazón y mis pestañas? —Jorge Eduardo Eielson, “Cuerpo de papel”
El libro de esta semana y de la semana que sigue es Mundos del fin de la palabra, de Joanna Walsh.
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No obstante la fama, Joanna Walsh es un enigma. Tanto como lo es cualquier autor que elige no ser confesional en su escritura. Tanto como la escritura permite no ser confesional. Porque algo será que se cuele entre las palabras, entre los temas. Una autora conocida, Joanna Walsh, y sin embargo, leída únicamente como la firma de dos colecciones de cuentos traducidas al español, es un enigma.
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La identidad autoral, como al identidad en general, ha sido teorizada ya por muchos. Roland Barthes. Michel Foucault. Muchas personas más. Y desde pequeños, quizá, estuvimos expuestos a una de las herramientas de indagación y cuestionamiento de lo que quiere decir la identidad sin estar concientes de ello: el chismógrafo. Esa lista de preguntas en las páginas de un cuaderno que, de manera anónima o firmada, uno respondía y compartía con amigos y compañeros en la primaria e incluso la secundaria. (¿Será que se sigue haciendo o eso ya es cosa de personas de edad como yo?)
El formato original tiene historia. Viene de los salones victorianos, de aquellos nidos de víboras burgueses que buscaban diversiones y las encontraban, como ahora, en el chisme y la intriga jocosa. Los “álbumes de confesiones” eran esencialmente iguales: preguntas variadas de profundas a banales en una página y la invitación a que se respondieran con ingenio y con candor.
El más famoso quizá sea el cuestionario que la hija de Felix Fauré, Antoinette Fauré, le pasó a su compañerito de escuela Marcel para que respondiera. Este joven de 14 años entonces, respondió con la sofisticación incipiente de Proust.
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Karl Marx también respondió a un chismógrafo. ¿Su idea de la felicidad? “Luchar”.
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We live via technologies–and always have: writing is the original technology if by technology you mean an artifice created to replace or extend a human function–and each technological shift creates different styles of language that facilitate (and hamper) our uses of it, and its uses of us. Language that wants to section itself off as ‘literary’ is dead. Interesting writers keep a close eye on changes in the ways we speak and write to each other, as well as how this speaking and writing changes us.
Esto respondió Joanna Walsh en una entrevista sobre el libro que nos compete.
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En otra, habla sobre una de las grandes interrogadores de las palabras y el lenguaje:
[Gertrude] Stein, who said, “America is my country but Paris is my home town,” also wrote, “everybody who writes is interested in living inside themselves in order to tell what is inside themselves. That is why writers have to have two countries, the one where they belong and the one in which they live really. The second one is romantic, it is separate from themselves, it is not real but it is really there.”
Leímos un cuento de Horacio Quiroga. Se llama “La insolación”. Así comienza.
Aquí está completo. Forma parte del libro Cuentos de amor de locura y de muerte, de 1917.
Una nueva entrega del ÍndiceTSH, un homenaje-plagio del famoso índice de la revista Harper’s: datos duros para preguntas urgentes.
El 20% de ustedes dicen que cuando están en su hogar, suelen estar descalz@s, como lo hacían nuestros ancestros.
El 12% de ustedes dicen que cuando están en su hogar, suelen usar calcetines.
El 61% de ustedes dicen que cuando están en su hogar, suelen usar pantuflas o chanclas.
El 7% de ustedes dicen que cuando están en su hogar, suelen usar los tenis o zapatos del día.
Regresó la columna, ¿Suerte?, una oferta de datos y hechos que para los próximos seis días podrían estar acompañados de fortuna en los juegos de azar:
La cifra de la semana: 37,043,820, la cantidad de dinero en dólares que ganó la película Ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock en las taquillas de los cines en 1954. La película está basada en el relato “It Had To Be Murder”, de Cornell Woolrich y fue protagonizada por James Stewart y Grace Kelly.
El personaje mitológico de la semana: El salmón de la sabiduría o del conocimiento, los gigantes de cien brazos de la mitología griega.
La doctrina filosófica de la semana es: el tomismo analítico
El símbolo ortotipográfico de la semana es: El caret (unicode U+2038)
El objeto astronómico de la semana es: El cometa de César
La tonalidad ascendente de la semana: Minio
La tonalidad descendente: Ultramar
Una nueva entrega del Milenario e Infalible Zodiaco de la Desgana. Se trata de un formato simplificado, de seis signos agrupados según cada dos meses calendario ahora, como servicio a la comunidad, aquí la frase que según los arcanos de este Milenario e Infalible Zodiaco de la Desgana, influirá o calificará lo que resta de su semana:
La vida humana en común sólo resulta posible cuando se reúne una pluralidad que es más fuerte que cualquiera de los individuos y se mantiene cohesionada frente a cualquiera de los individuos.
El ansia de libertad se dirige por consiguiente contra determinadas formas y exigencias de la cultura o contra la cultura en general.
La sociedad culta se ha visto en la necesidad de consentir tácitamente muchas transgresiones que, según sus estatutos, habría debido perseguir.
Todos los humanos yacían dormidos: echados, horizontales, mudos
En el terreno de la imaginación, tiene la mayor importancia; en la práctica, es totalmente insignificante.
Todo deseo de protestar, predicar, pregonar un insulto, sentar una cuenta, hacer al mundo testigo de una dificultad o una queja, todo esto ha ardido en su mente y se ha consumido.
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Para esta edición del Milenario e Infalible Zodiaco de la Desgana, se consultaron a dos arcanos: Sigmund Freud y Virginia Woolf.