TSH 08.11.23
Antes que nada, esto fue lo que sonó:
Tampoco palabra por palabra traduce fielmente luciérnaga cable eléctrico estrellas pasos en la arena áspera el sisear de las cigarras la inexistencia de la nada * Palabras traicionan luciérnagas apagando el espacio cable eléctrico tensionando estrellas traicionadas por palabras pasos el sisear de las cigarras la existencia de la nada —Régis Bonvicino, “Tampoco”
Esta semana hubo programa especial porque la vida laboral conspiró en contra mía y no pude hacer el programa en vivo. Pero hubo programa. Quizá se grabó en algunas madrugadas. Quizá. Y se habló de muchas cosas, como corresponde a lo que sucede en mente durante las horas heladas antes del amanecer.
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Entre otras cosas, se habló de la paradoja de relatar con veracidad la vida de alguien más. Más aún la ficción de interpretar esas fotos, videos, objetos y demás reliquias que los otros van dejando por ahí.
La ficción de que las fotos pueden “decir” ese tipo d cosas: pero, de todos modos, cualquier formulación de algo que realmente ha ocurrido, ¿no es algo más o menos ficticio?, menos si uno se conforma con relatar simplemente lo que ha ocurrido; más cuanto mayor sea la precisión de las formulaciones que uno busca. Y cuanto más finja uno, tanto másinteresante se va a hacer la historia, includo para las otras personas, porque uno puede identificarse antes con formulaciones que con meros hechos relatados. ¿De ahí la necesidad de la poesía?
Así dice Peter Handke en Desgracia impeorable, el libro que relata lo que vivió en un par de meses después de que su madre se suicidara. Y sigue diciendo:
Estos dos peligros —por una parte el mero contar lo ocurrido, por otra el hecho de que, sin dolor alguno, una persona desaparezca entre frases poéticas— frenan el tempo de la escritura, porque en cada frase que escribo tengo miedo de perder el equilibrio.
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Además, una nueva sección. La gustada “No me digas, qué loco: la sección de frases, datos, pequeñas nimiedades cuyo interés y valor es totalmente especulativo y contextual. Porque recuerda: la frase que hoy te pareció una tontería mañana puede salvarte la vida.”
El primer signo de puntuación que se empleó fue el punto: de ahí el nombre de este buen tormento. Colocado al pie de una letra el signo equivalía a una coma nuestra; si se ponía a media altura indicaba la media pausa, lo que hoy representan los dos puntos y el punto y coma. Por último, en la parte superior de una letra valía por punto final.
Según Roberto Zavala Ruiz, en su libro, El libro y sus orillas. Y continúa:
Este sistema de signos convencionales se atribuye a Aristófanes de Bizancio, quien lo habría inventado dos siglos antes de Cristo. Lo cierto es que hasta el siglo ix de nuestra era todas las palabras se separaban con un punto situado a la misma altura, pues sólo cumplía la función de señalar inicio y término de vocablos.
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Revisitamos un cuento de Muriel Spark: “El apocalipsis de la señorita Pinkerton”. Aquí un cachito de cómo empieza:
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Y un fragmento de un ensayo de Susan Sontag:
Esta vez, el boletín va breve. Pero hay, porque qué vergüenza que no haya. Muchas gracias por su atención. Aquí seguimos la semana que viene.