Antes que nada, esto sonó.
Y una extra.
Currículum vitae
digamos que ganaste la carrera
y que el premio
era otra carrera
que no bebiste el vino de la victoria
sino tu propia sal
que jamás escuchaste vítores
sino ladridos de perros
y que tu sombra
tu propia sombra
fue tu única
y desleal competidora.
–Blanca Varela
Sobre los libros no leídos hay un buen de textos. El que usé de punto de partida fue este:
“All Those Books You’ve Bought but Haven’t Read? There’s a Word for That”, de Kevin Mims.
Y para hablar de tsundoku, este es un buen punto de partida.
¿Recuerdan libros dedicados al tema de los libros no leídos? Yo no. Recomiéndenme.
Como convenimos en el programa, a Roberto Calasso hay que leerlo porque de alguna manera él nos ayuda a leer. Y ese acompañamiento, el suyo para con nuestra mirada que recorre los renglones, lo sobrevivirá. La inteligencia puesta en juego y manifiesta en sus textos es igual de evidente en sus entrevistas. Aquí hay dos, para leerlo de muchas maneras.
“Roberto Calasso, The Art of Fiction No. 217”, por Lila Azam Zanganeh [es solo un fragmento; si alguien la tiene completa, móchese]
“Poética de los dioses. Entrevista a Roberto Calasso”, por Guadalupe Alonso
Y hay obituarios por aquí y por allá. Esos los dejo a su criterio y a su gusto. La marca del editor, si me preguntan, es quizá un buen punto de partida para empezar ese camino que, sin mucha duda, se volverá un paseo en compañía de muchos años.
Una nueva entrega de la columna de opinión semanal: “Por eso, pero ¿cómo?”, la serie de consejos no solicitados para problemas cotidianos.
Por eso, pero ¿cómo sigo después de terminar de leer un libro?
La pregunta es honesta y carece de ironía. Achaco mi ignorancia a que no acabé la universidad y no sé bien cómo traducir la experiencia de la lectura en aprendizaje y mejoramiento personal.
Suspira uno; con gravedad suspira uno y sonríe. La sonrisa sirve si el libro recién concluido fue de nuestro agrado. Sirve también si no lo fue. Sonríe uno, y suspira por la exasperación o el descreimiento.
También puede ser que al terminar de leer el libro, con una mano uno doble el libro y con el pulgar de la otra en el borde de las páginas las haga correr para abanicarse la cara.
Uno toma el lápiz con el que ha subrayado y aprovecha las contratapas para anotar impresiones pasajeras, juicios apurados y por ello más honestos. También puede sentirse dispuesto uno a inscribir la fecha de conclusión de esta lectura.
Uno cierra el puño con fuerza, alza el brazo y lo agita, amenazador. La furia puede ir dirigida contra el autor, la editorial, los impresores, la distribuidora, los padres del autor, contra cualquiera. No es necesario decir nada.
La pregunta es honesta porque no quiero que se diluyan los efectos acumulados a lo largo de toda la lectura. Cómo evitar que a las tres semanas no haya memoria de estas frases tan indelebles.
Uno deja el libro sobre descansabrazos del sillón y se levanta. Da unos pasos por el cuarto y se apresura a enfocar la mirada en el horizonte. No por pretensión sino porque los oftalmólogos recomiendan descansar la vista cada tanto mirando un punto a veinte o más metros de distancia.
Uno toma su propia barbilla con una mano, y la estruja un poco y contrae, un poco, apenas, los músculos faciales.
Uno puede romper un palo de escoba con una patada y salir con la mitad más filosa a vivir la vida libertina que siempre quiso y no se atrevía y solo logró decidirse a practicar gracias a la lectura recién concluida.
También podría ser que de uno un sorbo al vaso de agua, o a la taza con café, o el vino, o la cerveza, o la ginebra con agua tónica, o el bourbon con agua mineral, o el vodka con jugo de naranja, o el chaser de mezcal, o la copita de brandy o el whiskey con un hielo y se permita el chasquido de lengua, satisfecho por el esfuerzo de atención que supuso leer el libro hasta el final.
Uno, diligente, abre un cuaderno y transcribe con paciencia toda frase subrayada. La entrecomilla y al final apunta entre paréntesis el número de página. Luego, archiva el cuaderno en la estantería.
Esforzado por no hacer gesto alguno, uno envidia al autor del libro terminado y piensa que si uno no tuviera tanta inseguridad, tantas complicaciones vitales, tantas desidia, tantos obstáculos espirituales, habría hecho un mejor trabajo con el tema.
Uno puede levantarse, encender impresora y computadora e imprimir los formularios requeridos para abrir una cafebrería.
También podría ser que uno cierre el libro y se pregunte, mirando el reloj, cuánto tiempo tiene que pasar antes de empezar a leer otro libro.
Si se les antoja, coméntenle al boletín. O recomiéndenlo. Digo, si se les antoja.
Comencé a escuchar TSH ya cuando tenían un par de años de emisiones y no loro ponerme al día, por lo menos al día de hoy ya me restan menos de dos años de programas que escuchar, debo decir que me hacen muy feliz. Respecto a "Por eso, pero ¿cómo sigo después de terminar de leer un libro?" debo decir que básicamente me encuentro en el punto 14:
También podría ser que uno cierre el libro y se pregunte, mirando el reloj, cuánto tiempo tiene que pasar antes de empezar a leer otro libro.
Termino uno y ya quiero comenzar el siguiente, me sucede que procuro dejar pasar un tiempo, poco, ni siquiera días, solo horas, para no perder el gusto de lo que acabo de vivir con la lectura fresca en la memoria.
Gracias por las recomendaciones de Calasso. Tengo _La marca del editor_ y también _Una vocación de editor_ (de Chavarría) esperándome para empezarlos.